ISMAEL RODRÍGUEZ: PRODIGIO DEL CINE MEXICANO
Ismael Rodríguez llegó al cine siendo un chamaco y quizá nunca dejó de serlo. Tal vez de ahí tuvo esa capacidad para emocionar e involucrar en sus historias a sus espectadores. Que compartían la imaginación del director, que aceptaban la recreación de su barrio en un estudio con paredes de cartón piedra.
Cine poblado de personajes tipo, encarnados por actores tipo, por creaciones del propio Rodríguez que a fuerza de sinceridad y vehemencia se cargan de gran verosimilitud. En esa época, el cine careció de fórmulas mágicas para la creación de situaciones atractivas para el espectador. Sólo le salieron a Rodríguez.
--Don Ismael, ¿cómo se siente? –pregunta un amigo con cortesía.--Engentado –responde al instante el anciano, de traje gris y una gran sonrisa que marca aún más las arrugas que le cubren el rostro. Está a punto de comenzar el homenaje en que le entregarán su segunda medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico.
Llegan periodistas, funcionarios, familiares y curiosos que durante el evento llenan, prácticamente, la sala 2 de la Cineteca Nacional.En la mesa, mientras los funcionarios culturales engrandecen y agradecen la obra de Rodríguez, el hombre se ve, francamente, emocionado.
A momentos sus ojos, casi ciegos, brillan a contraluz. Apoya sus manos manchadas y marcadas por venas azulosas, mientras escucha, con dificultad, los mensajes. Lo único claro a su oído, por contundente, es el prolongado aplauso, de pie, de la concurrencia, cuando los brazos temblorosos alzan a la altura de su rostro la medalla Salvador Toscano.
Al entrar y salir de la sala de cine se apoya en su hijo Ismael y en Nahud, su asistente; camina lento, imposible hacerlo sin ayuda y nunca pierde la dignidad basada en la lucidez y la sinceridad, quizás ingenua, que plasmó en su cine. Al hablar, deja que fluyan los personajes que inventó y permite salir al indio Tizoc para decir que los homenajes le hacen sentir “rete bonito aquí dentrito” al tiempo que pone su mano ajada en el centro del pecho.
Su casa, su estudio repleto de premios, diplomas, reconocimientos: el Ariel de Oro por su trayectoria, el Oso de Plata para Pedro Infante en el Festival de Berlín por Tizoc (1956), sus medallas Salvador Toscano, la recibida con sus hermanos en 1983, como pioneros del sonido en el cine mexicano y la recién recibida. El hombre, encorvado, lento, apoyado por Nahud y por un bastón de madera de color caoba, se sienta en un sillón de piel y se prepara a recordar su verdad, como lo ha hecho una y otra vez en éste, el tiempo de los homenajes postreros.
De pants y pantuflas el hombre mira al entrevistador y lo incita: “usted dirá”.Ismael Rodríguez es el muchacho alegre del cine nacional, el chamaco de trece años que “extrea” en las locaciones de Santa (Antonio Moreno, 1931), cinta sonorizada por sus hermanos mayores, Joselito y Roberto; el mismo que 72 años después mira cándido a la mesa que lo homenajea y pregunta “¿qué falta?”, como niño ansioso ante la posibilidad de seguir siendo reconocido y consentido, como Pedro Infante –por supuesto- en Los tres García (1946) y secuela, al jugar con el supuesto autoritarismo de la abuela, Sara García, quien, finalmente, termina apapachándolo.
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