jueves, 18 de noviembre de 2010

Textos sobre la entrevista

Algunos textos sobre el género


Opinión de una periodista sobre su oficio

La entrevista, género esencial para la vida del periodismo: Ana Cruz



Ex directora de Hoy en la cultura de Canal 11, productora independiente de Canal 22 y profesora de la Universidad Iberoamericana.

Confieso que me apasiona el reportaje de investigación, de actualidad o histórico; que soy una fanática de la buena crónica, que admiro a los articulistas de fondo cuando son agudos e inteligentes, y que leo con toda atención a los columnistas y editorialistas de los diarios mexicanos que merecen ser leídos. Tanto en prensa escrita como en televisión y radio, he ejercido el periodismo principalmente en los géneros del reportaje, la crónica documental y la entrevista, que son territorios muy afines y complementarios.

El buen reportero se sirve de la entrevista como instrumento, aunque su producto final no sea el diálogo con el entrevistado, sino el reportaje. De la misma manera, la base de un documental es la investigación periodística donde la entrevista de fuentes directas es indispensable.

Considero que la entrevista es la esencia del periodismo y de la comunicación humana. Por lo tanto, un periodista profesional debe conocer y dominar las técnicas de la entrevista tanto como el arte de conversar, pero sobre todo de escuchar y observar, artes que no todos los entrevistadores cultivan.

Manuel Buendía, quien fuera mi primer jefe y además maestro, no en el aula sino en el trabajo, solía decirnos antes de salir a entrevistar a algún científico, porque en aquel entonces él era Director de Comunicación del CONACYT: "El buen entrevistador es el que sabe abrir mucho los ojos y los oídos y abre poco la boca". Desde luego, estoy absolutamente de acuerdo con ese principio y trato de respetarlo en toda ocasión porque, si no, el riesgo es pasar de entrevistadora a entrevistada.

Un encuentro

Ahora bien, cuando uno piensa en la entrevista como sinónimo de conversar, puede caerse en el error de creer que conversar es una actividad muy fácil que hacemos todos los días a todas horas y que hemos aprendido a desarrollar desde los primeros años de nuestra vida. Nada más falso que esa afirmación. Conversar y entrevistar son ejercicios de un alto grado de dificultad, considerados como una especialidad que se consigue sólo con rigor y disciplina y que, como todas las artes, exige estudio, vocación y pasión.

Hablar con un amigo o un desconocido no quiere decir conversar, de la misma manera que aplicar un cuestionario o bombardear a alguien con preguntas no significa hacer una entrevista.

¿Qué es entonces una entrevista?

Para mí, una entrevista significa siempre un encuentro de miradas, acuerdos no explícitos, intenciones, sintonías, química, vibras. Un encuentro de espíritus como decían los griegos, o de almas como escribió Julio Cortázar.

¿Cómo lograr una buena entrevista? ¿Cuál es el secreto de un buen entrevistador?

La verdad es que no existe la receta perfecta ni la fórmula infalible, pero he aquí algunas consideraciones prácticas de lo que no se debe hacer en una entrevista.

1) Pensar que el entrevistado es el enemigo y desde la primera pregunta tirarse a matar.

2) Creerse más listo o conocedor que el entrevistado y hacérselo sentir o demostrárselo en cada pregunta.

3) Dejárselo todo al feeling o la improvisación. La intuición y la capacidad de improvisar son muy valiosas, pero son inútiles cuando el reportero carece de la preparación para realizar un trabajo profesional y serio.

4) Ser imprudente y entrometido, por considerar que así se es agudo e incisivo. Cuántas veces no hemos visto a reporteros preguntarle a una madre en vivo y a todo color: "¿qué siente al ver morir a su hijo?" o a una esposa interrogarla acerca de la amante de su marido

5) Ignorar que existe la ética, la sensibilidad y el sentido común (que a veces es el sentido menos común). La libertad implica una enorme responsabilidad y esto es lo que constituye la ética periodística: la conciencia y convicción de que nuestros actos deben regirse por valores éticos, sociales y humanos antes que por oportunismo comercial, político o cualquier otro.

Además de tomar en cuenta estas sencillas recomendaciones para lograr una buena entrevista, lo primero que hay que saber es: ¿qué buscamos a través de la entrevista? Es obvio que información, pero ¿de qué tipo?, ¿cuánta?, ¿hasta dónde?, ¿sobre quién o qué, con qué intención?

Lo segundo es prepararse –ya sea que se trate de una entrevista para prensa escrita, radio o televisión, de opinión, informativa o de semblanza–, estudiar el tema, la trayectoria del entrevistado, el terreno en el que nos moveremos, escribir un cuestionario guía, empaparnos del contexto social, político e histórico del personaje o del hecho en cuestión y lanzarse a la aventura, sin prejuicios.

En cuanto a la técnica empleada en mis entrevistas –algunas de las cuales se publican en el libro Testigos de nuestro tiempo, editado por el FCE–, éstas incluyen las tres fases que comprende todo encuentro: antes, durante y después. Antes de la entrevista, trato de conocer a los protagonistas de mi trabajo.

Leo sus libros, observo su obra plástica, escucho sus composiciones o interpretaciones, miro las películas o las puestas en escena en las que participan. En pocas palabras: me intereso por todo lo que constituye su vida y obra. Prefiero no leer entrevistas realizadas a ese creador para no sentirme influenciada por otro colega.

Al mismo tiempo de familiarizarme con la obra, estudio detalladamente su currículo, sus antecedentes, las escuelas a las que asistió, sus compañeros de generación, los lugares en donde ha vivido, los maestros que lo han influenciado, los trabajos que admira, sus amigos...

Procuro buscar que la entrevista se lleve a cabo en el contexto de trabajo o en su casa porque, así, puedo ver al personaje en su propio ambiente, facilitar su confianza y al mismo tiempo conocer sus espacios vitales o laborales que nos ofrecen una información muy valiosa. Me parece de extraordinaria importancia visitar el entorno cotidiano del personaje, ya que éste es capaz de mostrarnos rasgos íntimos de su personalidad que a veces no se obtienen a través de la entrevista.

Muy a menudo, con sólo la observación minuciosa, podemos descubrir obsesiones, gustos, temperamentos, fobias, pasiones y secretos.

La parte más difícil es sin duda el inicio. En todo momento es indispensable ser claro, directo y preciso. No hay nada más fastidioso que un entrevistador rebuscado, que utilice un lenguaje poético o simbólico para preguntar algo muy sencillo y práctico o que sea ambiguo en sus preguntas.

Sobra decir que la seguridad y el aplomo son armas indispensables para colocarse al mismo nivel que el entrevistado y observar dos principios fundamentales: no interrumpir y no dejar que se abran silencios que pueden resultar abismos infranqueables. Ser cálido y cordial, no significa cometer abuso de confianza o intimidar más allá de lo permitido.

Durante la entrevista, me concentro en las preguntas tanto como en las respuestas. Exploro sobre los motivos de ciertas decisiones, las causas más que los efectos, los impulsos interiores que provocan actitudes exteriores. Es imperdonable repetirme o agotar el tema antes del tiempo disponible. La última pregunta, tanto como la primera, debe ser significativa, original, personal, ingeniosa, capaz de permitir al entrevistado lucirse y sentir que es él quien cierra la faena.

La confección

La etapa final de la entrevista, que consiste en redactarla, editarla o complementarla con textos para radio y televisión, es una parte fundamental del trabajo periodístico que hago personalmente. Hay quienes afirman que la entrevista debe escribirse inmediatamente después de llevarse a cabo, porque permite que la memoria esté fresca, la emoción esté a flor de piel y el interés se conserve muy vivo. Según el maestro Vicente Leñero, si se deja pasar mucho tiempo, la entrevista se enfría, pierde vigor. Coincido con él en cuanto a la temperatura del material periodístico, pero a veces prefiero distanciarme de los personajes antes de escribir mis impresiones sobre ellos (suelo sobrecalentarme).

Por ello, me es sano dejar pasar uno o dos días cuando estoy demasiado impactada por el artista o por la obra de alguno de ellos. Temo que la emoción pueda alterar la objetividad de sus declaraciones o la imparcialidad de mis opiniones. La admiración, aunque auténtica y genuina, puede parecer empalagosa y servil cuando el periodista permite que aflore demasiado. Sin embargo, creo que esto es una parte del trabajo periodístico que cada quien debe descubrir en uno mismo: el impulso puede ser más intenso y eficaz cuando la experiencia está muy reciente, pero puede madurar y enriquecerse con el tiempo, si uno permite que la serenidad esté presente al escribir.

Todos los periodistas sabemos también que sin la presión que se vive en un diario, una estación de radio o televisión es imposible trabajar a gusto. Es como la gasolina que nos permite seguir funcionando. Ciertamente muchas de las mejores planas y los mejores momentos de la radio y la televisión, se han producido bajo la presión del tiempo, ese elemento que más que torturarnos resulta un estímulo para los periodistas.

Cuando emprendí la aventura de escribir un libro de entrevistas, tomadas de las grabaciones originales de televisión, el reto me pareció magnífico, pero nunca imaginé que resultara tan rico y revelador. A pesar de las similitudes de los medios, la experiencia resultó absolutamente diferente. Entre el periodismo televisivo y el escrito, descubrí más diferencias que simpatías. Un libro, además, no es un periódico que se lee y tira: es un producto que se guarda, se lee y se relee en distintos momentos o se consulta de vez en cuando.

La relación con el público también es muy diferente. La tele es seductora pero efímera. El material de hoy, una vez trasmitido, ya es muy viejo y se convierte al instante en material de archivo. El público habla para felicitar o reclamar el mismo día de la emisión o al día siguiente. Después se le olvida lo que escuchó o vio. El lector en cambio, es un público que desarrolla su simpatía y rechazo por el autor conforme recorre las páginas del libro y una vez que ha acabado de leerlo sabe que ese texto le dice o le provoca algo. Eso es una experiencia única.

Más allá del ámbito profesional, considero a la entrevista el género esencial de la vida. Más que un instrumento de trabajo, es como un pasaporte que me permite viajar a destinos insospechados, hacer escalas en territorios fantásticos, llegar a los confines de lo increíble, asomarme a los espejos del misterio y visitar el otro lado de la luna.

Cómo reportear y no naufragar en el intento

Luis Velázquez


Periodista de El Sur de Veracruz y profesor de la Universidad Veracruzana

1. En la búsqueda de la información, el reportero podrá observar tres pasos: antes de la entrevista, durante la entrevista y después de la entrevista.

Antes de la entrevista.

2. El periodista no tan sólo se representa a sí mismo, sino esencialmente al medio de información. Debe actuar como un profesional y tratar a los demás como lo que es, un profesional de la noticia. Su presentación será adecuada, digna, decorosa.

3. Será puntual en sus citas: respetará el tiempo de los entrevistados para que, de igual modo, también su tiempo sea respetado.

4. En todo momento tendrá listos sus instrumentos de trabajo: libreta de apuntes, lapicero, lápiz, grabadora (si usa), pasaporte, archivo periodístico, amplia información sobre el entrevistado, bibliografía del tema, lectura diaria de periódicos, documentación sobre los asuntos a trabajar, lectura vigente de libros, credencial.

5. En su trayectoria profesional, el reportero integra un archivo de los temas de su interés, procurando que siempre esté actualizado y bien documentado. De esta manera, el archivo es un coadyuvante decisivo, no tan sólo a la hora de reportear, sino de escribir.

6. El periódico profesional también tendrá un archivo, una hemeroteca, una biblioteca. Allí, el reportero se documentará sobre su trabajo, consultando los textos periodísticos publicados con anterioridad sobre el tema de su orden informativa.

7. Hubo un tiempo en que el reportero era considerado un todólogo: sabía de todo. Pero las épocas han cambiado y ahora los medios se disputan a un reportero especializado. Procure especializarse y le abrirá más oportunidades.

8. Una vez recibida su orden, deberá informarse y documentarse sobre el hecho y el entrevistado: quién es y cuál ha sido su trayectoria pública, influencia en la vida comunitaria, valores, intereses, pensamiento, formación, carácter, temperamento, manera de ser. De lo contrario, pasará como un neófito en la materia y evidenciará la calidad del periódico. Un reportero que conoce el tema general, da la impresión de respeto (no temor) y confianza.

9. Prepare una serie de preguntas sobre el tema para que, de este modo, sepa con claridad hacia donde va y qué declaraciones quiere lograr del entrevistado.

10. Jamás ocultará su identidad. Puede interpretarse como un engaño y/o una estafa.

11. Procurará estar permanentemente informado. La televisión y la radio, por su inmediatez, son una feroz competencia para el reportero.

12. Estar dispuesto a tratar al entrevistado como un ser humano, y no como una persona cuestionada. El periodista está obligado a respetar la dignidad de los otros.

13. Mil veces será preferible el uso de la libreta de apuntes a la grabadora. La libreta origina que el reportero ejerza su capacidad nemotécnica, pura iniciativa reporteril y permanezca atento, en tanto, la grabadora aniquila la voluntad del reportero. Y además, se trabaja doble.

14. En una entrevista callejera, para salir del paso, al ahí se va, la grabadora puede resultar inevitable, pero no necesaria.

15. El reportero está obligado a conocer la idiosincrasia del entrevistado. Existen personas que rehúsan hablar frente a la grabadora, se cohíben o, simplemente, evaden comprometerse y/o tienen experiencias desagradables.
16. Si se trata de una entrevista polémica y controvertida, con un tema ríspido, la grabadora es útil, porque capta el testimonio verbal del hecho noticioso. Si el entrevistado autoriza la presencia de la grabadora, doblemente mejor.

17. En otros casos, resulta saludable utilizar libreta de apuntes y grabadora al mismo tiempo: un detalle que escape al reportero, un punto de vista, el énfasis en un tema, es captado por la grabadora.

18. En una conferencia de prensa, la versión estenográfica es más fecunda y provechosa. Podrá la oficina de prensa alterar la versión, pero en la libreta de apuntes quedarán registrados los datos de interés para el medio informativo.

19. Queda en la moral de cada reportero utilizar grabadora de manera clandestina.


La entrevista, un género que corta

Ana Inés Larre Borges
Brecha, octubre del 2000

Un hombre (o mujer) micrófono en mano interroga a otro (u otra) que aparenta tener algo que decir. No, no alarmarse, no se trata de un informativo nacional. Puede tratarse de una buena entrevista. Y de la promesa de un descubrimiento.

Tan habitual como práctica, que hace olvidar que se trata de algo artificioso, la entrevista es un género. Su frecuente ejercicio le da un engañoso efecto de naturalidad, hace pasar inadvertidas todas sus convenciones y reglas y borra la evolución que ha sufrido a través del tiempo -en un pasado no muy lejano la alternancia de preguntas y respuestas casi no existía; el formato, dependiente de una memoria sin grabador y de la velocidad de la pluma, era otro.

Menos conscientes somos aun de que en puridad la entrevista es también una ficción. Dos individuos fingen un diálogo, porque aunque no haya un guión establecido hay otras maneras del fingimiento. Veamos. Todo diálogo supone una presencia y se vive en un presente, éste, sin embargo, está diseñado para el futuro. Está, como la poesía, cargado de futuro, sabe que su destino está en otra parte. A diferencia del halo igualitario que la palabra diálogo ha adquirido, este no es tampoco un diálogo democrático. Se parte de la conciencia de que uno de los interlocutores es privilegiado. Es quien amerita ser interrogado y sus méritos son previos al momento de la entrevista. En los peores casos algo extraordinario le sucedió, en los mejores -esta es la regla para artistas y escritores-, algo extraordinario ha realizado. El otro dialogante es apenas una herramienta, un intermediario.

Tan evidente es la superioridad tácita del entrevistado sobre el entrevistador que éste "debe" conocer todo o casi todo sobre el entrevistado. Cuando no es así, difícilmente los resultados serán buenos. La ética de la entrevista exige ese conocimiento asimétrico. El entrevistado ni siquiera está obligado según esta extraña versión de la ética y la etiqueta, a simular el mínimo interés por la persona que lo entrevista. El diálogo puede llegar a su fin sin que el entrevistado sepa el nombre de su entrevistador, aunque con total indiscreción le pregunte sin preámbulos para quién trabaja.

En la serie de entrevistas a escritores que acaba de distribuir en video la editorial Trecho y que motiva estas reflexiones, Julio Cortázar hace explícito su reconocimiento a la información que su entrevistador tiene de su vida y obra. Cortázar recuerda situaciones penosas en que el entrevistador era arcano en la materia -él mismo-, y todo se transformaba -para él que era buena gente- en un trámite humanitario, en una acción caritativa.

En otro sentido, sin embargo, podría admitirse que quien ostenta un poder mayor es el entrevistador. El es quien tiene la prerrogativa de preguntar, él decide los temas y el discurrir de la conversación. Puede impugnar a su entrevistado, puede provocarlo, ponerlo en situaciones difíciles. La entrevista ampara estas malas maneras. Quien acepta una entrevista tácitamente acepta estas reglas, que acaso rechazaría en un diálogo privado. "No hay preguntas impertinentes, sólo respuestas impertinentes", es el poco caritativo lema que todos aceptan.

Si la entrevista fuese un diálogo democrático, ya no sería una entrevista; sería una conversación. Así se titulan -conversaciones o diálogos- aquellos encuentros de, por ejemplo, dos escritores. No es habitual que dos pesos pesados dispongan de su agenda para realizar algo así. Además, ¿a quién le correspondería tomar la iniciativa? A menos que fuesen amigos, el tomar la iniciativa ya coloca al proponente en un escalón más bajo, lo convierte en algo así como "un entrevistador". Por eso es que estos diálogos incluyen un tercer miembro. Este sujeto es, en el 99,9 por ciento de las veces, responsable de la feliz reunión. El tuvo la idea, el tomó la iniciativa y, como un buen manager, las providencias.

Durante el transcurso del diálogo es quien propone los temas, cuida el equilibrio de intereses y de participación. Es un árbitro. Paga su protagonismo ancilar con una tarea de esclavo: él será quien, finalmente, si logra la ansiada meta de convertir todo ese complejo trámite en un libro, tendrá que desgrabar. En ocasiones se desquita y es él quien cobra los derechos de autor.

El tercero incluido. Pero el artificio de la entrevista no se agota en este desequilibrio deliberado de quienes dialogan. A diferencia de la confesión o del diálogo amoroso, en la entrevista siempre hay un tercero invisible pero imprescindible: el público, el lector, el escucha, el televidente.

Es un fantasma poderoso porque desde la ausencia determina muchas más cosas de las sospechables. Sin él, la entrevista sería algo así como un acto de insania. O de gratuidad. Dos individuos que no son amigos, que a veces ni siquiera se conocen, se someten voluntariamente a un diálogo donde cualquier pregunta es consentida. Mientras conversan con aparente tranquilidad, un extraño parásito los habita.

La presencia virtual del público frecuentemente es responsable de esos desdoblamientos por los que el entrevistador siente una voz que le advierte que el otro se va de tema, que desperdicia el tiempo o que no lo ha entendido, mientras el entrevistado puede en cambio preocuparse porque quiere dejar claras algunas cosas, o reprimir su fastidio porque las preguntas son vulgares o incómodas. También puede optar por no reprimirlo, y entonces si es en televisión o radio habrá circo, si es en prensa será sigilosamente editada o botada sin más.

Todas esas molestias ocurren porque, en verdad, estos actores no hablan entre ellos, hablan para otros.

En una entrevista televisiva, la incidencia del tercero incluido aumenta. A diferencia de la entrevista escrita, que es mediata, la televisiva es mediática, y por lo tanto inmediata. Por eso el espectador es aludido (algo cómicamente se señala a la cámara, al aire que hay entre la cámara y los protagonistas; a veces, más cómicamente aun se apelará al espectador, en una pirueta que busca separarlo de la virtualidad masificadora del medio). En otras ocasiones se lo corteja, se le agradece o se lo sindica como legítimo responsable de que el programa exista.

Sólo se llega a estos grados de obsecuencia con un desconocido porque él es el verdadero destinatario y tiene sus derechos. El más elemental es el de la cortesía de los dialogantes. Esta cortesía, sin embargo, nada tiene que ver con la buena educación, por el contrario, entre las entrevistas más exitosas descuellan las que incluyen alguna forma de desacato, sea éste del entrevistado o del entrevistador. Bukowski hizo estragos de popularidad presentándose borracho en el programa Apostrophe de la televisión francesa. Barbara Walters, la exitosa periodista estadounidense, ganó prestigio al hacerle una pregunta no convenida a Liz Taylor.

"Eso no estaba convenido que lo fuésemos a hablar", dijo desconcertada la víctima. "Por eso mismo se lo formulo", respondió la periodista sabiendo que el tercero incluido festejaría su traición. Pero hay otra forma de cortesía que el lector o espectador exige. Quiere que hablen con claridad, que respeten sus expectativas (aun la de adivinar aquellas que no sabe que tiene pero que infaliblemente es capaz de reconocer). Si emplean un lenguaje que él no domina, rechazará la entrevista. Si se les ocurre -pongamos- dialogar ante un público uruguayo en quechua o en ruso, pero también si se comunican en una jerga de especialistas, o con sobreentendidos de amigotes. A nadie le gusta que lo dejen fuera. Hay cuotas para esas licencias, puede ser muy simpático -pongamos otra vez- que Roa Bastos recite unos versos en guaraní. Pero que sean pocos.

El lector o espectador de entrevistas no es, sin embargo, un dictador o un sádico. Más bien es complaciente. Está dispuesto a ser generoso y agradecido. Perdonará con gusto la horrorosa sintaxis y pronunciación de un extranjero si éste hace el esfuerzo por hablar su idioma. En general está dispuesto a que lo seduzcan. Chico fácil. Es como muchos de mis amigos que cuando van al teatro -y aun más increíblemente cuando van a oír a algún intelectual que admiran por los libros serios que ha escrito- van provistos de una oportuna risa fácil. Se ríen de los chistes más malos, como no se ríen de los muy buenos que reciben en una situación más doméstica.

El lector o espectador de entrevistas es un buen tipo. Lo único que no perdona es que lo humillen. Por eso es que no tolerará que se use un código que él no domina. No le falta razón. Si de sufrir se trata, estaría leyendo un libro con la concentración requerida.

Al leer un libro, un ensayo, el esfuerzo es espectable, cuando se lee o se escucha una entrevista, en cambio, se tiene el derecho a la pereza. El destinatario querrá compartir algo, disfrutarlo, y entender todo. Con la levedad que decía Calvino. El entrevistador inteligente deberá consecuentemente manejar bien el arte de la didáctica. Se sabe: la didáctica eficaz es sutil, artera, enseña sin decir que enseña.

El difícil equilibrio entre informar delicadamente al tercero incluido y perpetrar cosas obvias es un arte. También son parte de esa cortesía conductas más elementales. Entrevistado y entrevistador no hablarán al mismo tiempo, no se interrumpirán, no dejarán frases por la mitad, y cada pregunta deberá tener su respuesta... En breve, no cometerán todos los vitales descuidos que cometemos cuando conversamos.

Programas anchos y ajenos. Hace unos pocos números BRECHA recomendaba en pocas líneas la colección de entrevistas a escritores (aunque Dalí también se colaba) que editadas en video reproducen las realizadas en A fondo, un programa de la televisión española a cargo del periodista Joaquín Soler Serrano.

Muchos en Uruguay conocen por experiencia o por mentas el famoso programa Apostrophe de Francia, el éxito del club del libro de Oprah Winfrey en Estados Unidos o, por cable, el que en Chile realiza Antonio Skármeta y en Madrid hace o hacía Sánchez Dragó. En Uruguay, donde existe un respetable porcentaje de gente que lee, aún falta ese espacio. El canal de la Intendencia (24) ha producido una serie de cortos sobre escritores que difunde autores nacionales, ha producido largas entrevistas a personalidades entre las que incluye a escritores, pero falta aún la cita a un programa de libros, donde se hable sin prisas, donde el autor de un libro interesante o polémico no tenga que esperar décadas hasta convertirse en "personaje" para acceder a una entrevista larga.

Se sabe que Paco Espínola dio, con éxito, pausadas charlas sobre la literatura en la prehistoria del canal oficial. Pero el imperio de la imagen de este posmoderno mundo parece creer que al mediático espectador hay que ilustrarle las palabras, dorarle la píldora, pasarle gato por liebre. Joaquín Soler, no sé si por sabiduría o por feliz escasez de medios, intuye sin equivocarse que en un escritor lo que importa es lo que dice y cómo lo dice, y aplica una estética espartana, de cámara y diálogo, que rinde. En Uruguay, donde algunos programas de la televisión abierta dan un espacio a los libros, nadie se ha animado todavía a probar, con imaginación, un espacio independiente.

Esa falta a la actualidad será luego un atentado a la memoria. Los videos que en los años setenta y ochenta se trasmitieron por la televisión española hoy han devenido documento. Y monumento. Sentimos tan cercanos a Borges, a Cortázar, a Onetti, a Rulfo, que olvidamos que ya están tan muertos como los personajes de Pedro Páramo, pero que como ellos pueden todavía hablarnos de cosas que nos importan. Se dirá que para eso están sus libros, pero esta presencia viva que no los sustituye, tampoco puede ser sustituida por ellos. Es una experiencia diferente.

Es verlos. Conocerlos. Y desde el punto de vista de la producción es también asegurar la variación porque, como demuestra esta serie en videos, ninguna entrevista será igual a las otras. El género propicia lo imprevisto, los escritores confirman que el estilo no se recluye en las palabras.

Dime cómo respondes... y te disfrutaré de todos modos. Borges amaba las entrevistas, "el arte olvidado de la conversación", decía él. Bioy Casares decía detestarlas. En una antológica entrevista que María Ester Gilio supo hacerle, el diálogo terminaba así: "¿Y qué otra cosa lo diferencia de Borges?". "En que a él -contestaba Bioy- le gustan las entrevistas y a mí no." Perfecto final de juego. La creatividad de un entrevistador también está en esas decisiones. Y en la sabiduría de sacrificar su personaje por una buena frase de su entrevistado.

Cada escritor, entonces, pone su tono. En estas recientemente distribuidas, vemos que Borges, aparentemente tan dócil (¿quién no lo entrevistó?) se apropia de la entrevista y la convierte siempre en una conversación. Es el más cercano al diálogo festivo entre amigos. Quizás porque siguió siendo un vanguardista irredento. A pesar de la cortesía que le impusieron los años, hay algo de chico travieso en sus respuestas... Y como buen vanguardista es el que más cuestiona el género que le imponen. Quiebra las reglas de la entrevista todo el tiempo.

Se va por las ramas, se detiene en una palabra, y se niega a adaptar el contenido al público virtual. Es así que lo vemos recordar autores rioplatenses de segundo o tercer orden frente a un público español. Quizás su ceguera ayude a ese olvido, aunque más probablemente todo se deba a que sabe que es vano abarcar el universo, ni siquiera en un libro, menos en una conversación. Borges hace un happening de la entrevista.

La entrevista a Cortázar seduce. Su eficacia no proviene sólo de su inteligencia sino de su actitud. Cortázar parece dispuesto a dejarse psicoanalizar. No deja de responder a ninguna pregunta, aun las más íntimas y tiene, además, una teoría para cada cosa que vivió, para cada línea que escribió.

Es su lado irredimiblemente porteño, ese delirio brillante por la teoría. Y, sin embargo, hay algo en que es saludablemente indócil. La entrevista es para él algo más que promoción personal, una oportunidad para defender ciertas cosas que importan.

Sin hacerlo explícito contrarresta el efecto tranquilizador -que es una amenaza particular del género- con declaraciones políticas y causas que quiere defender. Eduardo Galeano, que no está en esta serie, comparte esa actitud. Cuando el escritor es, al contrario, un retraído, un hosco como lo era Onetti, la entrevista es menos informativa, pero no menos elocuente. Es conmovedor ver a Rulfo, tan silencioso, tan amable, tan parco.

Debió hacer sufrir a su entrevistador. Muchas veces, después de una larga pregunta, se limita a decir una palabra de asentimiento. "Ecole", repite extrañamente. "Y, Rulfo, qué le parece los 400 mil ejemplares que vendió su novela." "Sí, eso ha sucedido con esa novela", responde, y queda callado. Estas, más la de Dalí, son las entrevistas de la serie que he podido mirar.

Se sabe que, aunque no ha llegado, hay en la lista una a Onetti. Me he dado cuenta de que, si había leído muchas entrevistas a estos y otros monstruos de la literatura latinoamericana, apenas había visto algunas.

Descubrí que los rostros de los escritores, la boca torcida de Rulfo, la erre protagónica de Cortázar, la sonrisa que sólo puede tener un ciego de Borges, me hablaban desde otro código y me decían otras cosas. Mucho se ha hablado del fomento de la lectura, pocas maneras conozco que puedan resultar tan eficaces. Quizás porque son en sí mismas una experiencia de lectura.