jueves, 12 de marzo de 2009

Escribir una crónica

Más allá de metodologías o de estructuras, para redactar una crónica es necesario sentir. ¿Por qué? Porque para transmitir un contenido emocional tienes que sentir tú primero, tienes que ser compasivo con lo que estás viendo. No se trata de ir por el mundo rasgándose las vestiduras por el dolor de los demás, pero sí de caminar con los cinco sentidos abiertos. Ir con la curiosidad viva, despierta.

No hay un manual para hacer una crónica. Para mí, se trata de una historia bien contada, con un comienzo, un desenlace y un final. Es lo esencial. Otra característica imprescindible de la crónica es que tiene movimiento. No es un género estático. La diferencia de una crónica con la nota periodística convencional es que la primera se mueve por el tiempo. En la crónica, además, tú sientes. En las notas lineales, en general, vemos o sabemos, pero no sentimos. La crónica es como un lienzo para un pintor, y en ella la cabe la suma de muchos géneros; puede haber elementos de perfil, de reportaje, de entrevista.

La crónica eleva un escenario no sentido a uno sentido. Para lograrlo, es importante que tu ojo vaya al detalle, a lo pequeño, a lo que no está en la superficie. Estar muy atento. Que tus ojos, tu olfato, tu oído, estén listos para capturar el entorno. Los datos abstractos no funcionan en una crónica.

A veces es bueno salir sin una idea preconcebida, pero con ganas de encontrarla. Ir con la sensación y también la necesidad de que tienes que hallar esa idea. Si caminas con la ansiedad de encontrarla, lo más seguro es que lo logres. Esa ansiedad te va a guiar el ojo. Tu intuición te va a llevar. Si uno lo que quiere es contar cuentos es necesario estar abierto y dispuesto a la posibilidad de que encontrarse con algo que cambie la historia, que lo lleve a uno por lugares desconocidos. Hay que estar atento. Explayarte en las cosas que te encuentras.

Es muy útil elegir una historia que tenga acción, que corra por el tiempo y el espacio. Eso ayuda mucho a una crónica. Va a favorecer luego en su estructura. Cuando voy a un sitio nuevo, lleno mi libreta de apuntes con impresiones. Muchas veces esas primeras impresiones, esas primeras que nacen sin tener todavía ideas muy concebidas, todo eso que plasmo en el papel durante los primeros tres o cuatro días, es lo mejor que hago durante todo un mes o dos meses de estadía en un país. Porque, hasta cierto punto, uno está describiendo con ignorancia. Sin embargo, la intuición y la emoción de estar en un sitio nuevo y de quererlo plasmar, funciona. Son juicios primarios, pero certeros. Hay que llegar a un sitio nuevo con espíritu de conquistador: captarlo todo.

Es bueno entrenar la memoria para cuando no podemos grabar o tomar notas. Muchas veces la desdeñamos, pero la memoria es una cosa formidable. En algunos casos tienes que memorizarlo todo porque una grabadora, para algunas personas, es una intromisión. En esos casos, yo termino la entrevista y voy directo a escribir y escribir. Paso horas rescatando lo que me han dicho. Se pierden algunas cosas, pero el grueso se rescata. En el caso mío, tiro de la última parte, de las últimas palabras, hacia atrás. Una vez que se empieza a escribir vuelven el sabor, el polvo, esos pequeños episodios que se han olvidado.


Para una crónica es necesario tener vivencias de la historia. De lo contrario, se corre el riesgo de que la crónica termine siendo una suma de testimonios de otros. Cuando caminas de A hasta Z, debes ver todo, sentirlo, escucharlo, olerlo. Si estas escenas luego quedan bien descritas, nos abren los sentidos al leerlas. No digo que todo lo que veas y oigas deba quedar en la pieza periodística, pero hay que tener la costumbre de estar atento. Llenar la libreta de apuntes. Muchas de esas cosas pueden terminar siendo geniales. No es conveniente desdeñar nada.

Las buenas descripciones (de lugares o de personas) en los textos se logran apegándose al detalle, sin necesidad de tantos adjetivos. Lo primero que hago cuando me siento a una entrevista es apuntar lo que hay en la habitación. ¿De qué color son sus ojos? ¿Tiene fotos de la familia? ¿Cómo es su voz?, etc.

Que el texto respire

No hay un patrón de cómo se debe escribir una crónica. Cada pieza es diferente. Depende de lo que uno se ha encontrado. Desconfío de ir con un esquema planeado en la mente, con ideas preconcebidas. No me gusta. Si vas de esa manera, es posible que no te encuentres con muchas cosas y termines por forzar la realidad para que se adapte a la estructura que has planeado con antelación.

Prefiero ir con la pizarra limpia y que la estructura se derive de lo hallado. No me interesa guiar las entrevistas hacia un lado para obtener lo que busco. ¿Cómo lo cuentas, cómo lo visualizas? Ese es el reto. Tienes que tomar la decisión de cómo vas a guiar al lector, ya sea por un hecho, por el tiempo, por un espacio, por un personaje. En el proceso de elaboración es recomendable tener una idea central. Esto ayuda a ordenar el material. En un primer borrador se puede hacer el primer esfuerzo por lograr algo que comienza, tiene desarrollo y final. Cuando termino ese borrador, estoy exhausto y no puedo decir si “el bebé” nació bien o mal. Necesito días para dejarlo descansar y volverlo a ver. El editor actúa ahí.

Me gusta cuando la narrativa no es totalmente apretada. Prefiero que existan en la pieza momentos de oxigenación. Nada más aburrido que leer una suma de datos. Las piezas deben ser como un acordeón. Abrir y cerrar. Dejarlas respirar. La mejor forma de escribir una crónica es por escenas, con diálogos. Casi como si se tratara de un guión cinematográfico. Mostrar en lugar de decir, en la medida de lo posible. Que haya acción en la pieza. La acción es lo más atractivo para el lector. Se logra mediante cambios de tiempos, haciendo pausas, con cambios de intensidad. Como una composición musical: entran y salen instrumentos.

La estructura no puede ir de aquí para allá. En la primera escena se establecen los hilos conductores, dejar claro dónde estamos, quiénes son los actores principales. La primera secuencia te pone en escena. A partir de ahí, se puede ir a otra parte.

A veces resulta muy obvio saber cuál será el comienzo de una crónica. Si tienes una escena que reúne todos los elementos de tu historia, esta escena funciona para abrir la narración. También se puede abrir con una cita, pero esta opción es más difícil porque puede correr el riesgo de dar el desenlace primero. Y el suspenso es importante. El suspenso es una parte fundamental de cualquier relato. No un suspenso al estilo Agatha Cristhie, sino el hecho de no entregar todo a la vez; que el lector no lo sepa todo y se interese por seguir leyendo.

La mayoría de mis piezas introducen elementos principales en la primera escena. Allí establezco los hilos conductores principales en el primer bloque, cerca del principio, aunque no necesariamente en las primeras líneas. Puede iniciarse con personajes, si son coloridos e interesantes. No tiene que irse de golpe al tema principal, pero hay que cuidar de no inundarse en ese colorido y perder el eje. Es muy útil que exista un “párrafo nuez”, que nos presenta en dimensiones globales el tema a tratar y nos plantea los elementos del problema. A veces las escenas o los personajes pueden lograrlo. De lo contrario, se necesita un párrafo que lo explique. Los hilos conductores narrativos son las arterias, tú tienes que poner los nervios. Poner la parte neurálgica para ilustrar al lector.

Las transiciones de una escena a otra deben hacerse sin dolor, bien trabajadas. No me gustan los intertítulos. Son como una muleta. El hecho de clavar eso en medio del texto quiere decir que no tienes confianza plena en él. Es mucho mejor que la crónica pueda llevar al lector de una secuencia a otra y sin dolor.

Confiar en la intuición

En algunos casos realizo un esqueleto de la estructura. Pero lo mío es, sobre todo, intuitivo. Soy una especie de presencia anárquica en la página. No sé lo que voy a escribir hasta que me siento a trabajar. Siempre comienzo de una forma intuitiva. Acumulo mi material y vuelvo a leer todo antes. Pienso mucho antes de comenzar a teclear. Hay que tener cuidado de no comenzar mal porque se puede perder mucho tiempo después para encontrar el camino correcto.

Escribo oxigenado y casi siempre voy incorporando lo reporteado después. Me mata si tengo que empezar la crónica con la noticia. De hecho, lo que más recuerdo de las piezas que escribo, y que leo, casi nunca es lo noticioso. El objetivo es mezclar los elementos de crónica con los datos secos. Pero es obligatorio poner al lector en contexto. En la crónica, siempre llega un momento donde hay que parar, detenerse e incluir la información seca. El mejor recurso para que esto no sea tan aburrido y duro es tener un interlocutor.

Un ejemplo de lo anterior: en el perfil que escribí de Hugo Chávez introduje los datos sobre la historia de Simón Bolívar mediante un tour, un recorrido que realicé por la casa del Libertador conversando con quien trabaja allí como guía. Mediante un diálogo entretenido, puedes ahorrarte el preámbulo de parar al lector y decirle: “en 1983…”. Puedes esconder mucha historia y noticia seca en un diálogo.Aunque tampoco es conveniente utilizar en demasía ese recurso.Es necesario seducir primero al lector, mediante descripciones y personajes interesantes, para que esté enganchado al momento de entrar con lo seco. Que el lector no pueda escapar, eso es lo que pretende la crónica narrativa. Llevarlo de la mano.

Si tu lector ha entendido el texto solo cerebralmente, no has hecho nada.

Pero, al mismo tiempo hay que tener en cuenta la paciencia de los lectores. No exagerar en ningún recurso. Tampoco tienes que mostrar tanto el proceso del reporteo. En todo momento se debe tener el control del texto. Del escenario. La parte fría es lo más difícil. No es conveniente presentar los datos secos en párrafos muy largos. Hay que aprender a medir lo que se le entrega al lector. No es bueno tirarle todo en un párrafo porque se empalaga; tampoco es conveniente exagerar en el suspenso porque puede perderse. Hay que saber medir los elementos. Si puedes usar color, mejor. A través de ese color puedes crear el escenario y señalar datos principales.
Eso te salva de entregarlo todo de golpe. Hay maneras narrativas de entregar cifras y datos. A veces no es necesario dar la cifra exacta. Esas cosas matan el periodismo narrativo. Si lo puedes eludir, mejor. ¿Cómo hago para evitar tantas cifras? Si creas universo solo de las escenas, recreando un retrato de lo que ves, a través de las vivencias, puedes salir con un cuadro igual de convincente a una cifra.

Dar un universo detallado. Yo paso más tiempo escribiendo los párrafos de descripción que en los otros. Pintar un cuadro de cómo es el lugar. La descripción de lugares la tomo muy en serio. Siempre trato de poner al lector en el escenario y, si es posible, hacerlo de una manera muy íntima. El mar azul, pero ¿qué azul? ¿cómo describirlo?. Eso es lo que me fascina, cómo reflejar en palabras ese azul.

Ese es el reto. Es cuando te acercas a la necesidad casi de la poesía; no es solo el color. Ahí es donde yo puedo pasar horas en el texto, y me emociono. Describir un árbol tal como es. Cómo describes las grietas de la corteza. Después de un tiempo te das cuenta de que no puedes ahondar demasiado en todo. Pero por algo te fijaste en ese detalle.

En el desarrollo de la pieza tienes que ampliar y reducir, abrir y cerrar el abanico. Cambiar de tiempo, de espacio, moverse. Si encuentras a alguien que diga en su propia voz los datos secos, mejor. Y si ese personaje se mueve, mejor todavía. Visité la casa natal de Fidel Castro en Cuba y, por medio de un tour, introduje en el texto los datos de sus padres, de la época en que se crió, de su juventud.

No es que lo busque. No soy metódico en eso. Es cosa de olfato, algo que uno siente. Tampoco lo hago cada vez que voy a un sitio; puedo cansar con el recurso. En el periodismo estamos jodidos. El que va a convertir materia en novela hace lo que le da la gana, inventa personajes y recursos. Nosotros no podemos inventar.