viernes, 29 de febrero de 2008

Entrevista a Ismael Rodríguez


ISMAEL RODRÍGUEZ: PRODIGIO DEL CINE MEXICANO


Ismael Rodríguez llegó al cine siendo un chamaco y quizá nunca dejó de serlo. Tal vez de ahí tuvo esa capacidad para emocionar e involucrar en sus historias a sus espectadores. Que compartían la imaginación del director, que aceptaban la recreación de su barrio en un estudio con paredes de cartón piedra.

Cine poblado de personajes tipo, encarnados por actores tipo, por creaciones del propio Rodríguez que a fuerza de sinceridad y vehemencia se cargan de gran verosimilitud. En esa época, el cine careció de fórmulas mágicas para la creación de situaciones atractivas para el espectador. Sólo le salieron a Rodríguez.
--Don Ismael, ¿cómo se siente? –pregunta un amigo con cortesía.--Engentado –responde al instante el anciano, de traje gris y una gran sonrisa que marca aún más las arrugas que le cubren el rostro. Está a punto de comenzar el homenaje en que le entregarán su segunda medalla Salvador Toscano al Mérito Cinematográfico.
Llegan periodistas, funcionarios, familiares y curiosos que durante el evento llenan, prácticamente, la sala 2 de la Cineteca Nacional.En la mesa, mientras los funcionarios culturales engrandecen y agradecen la obra de Rodríguez, el hombre se ve, francamente, emocionado.
A momentos sus ojos, casi ciegos, brillan a contraluz. Apoya sus manos manchadas y marcadas por venas azulosas, mientras escucha, con dificultad, los mensajes. Lo único claro a su oído, por contundente, es el prolongado aplauso, de pie, de la concurrencia, cuando los brazos temblorosos alzan a la altura de su rostro la medalla Salvador Toscano.
Al entrar y salir de la sala de cine se apoya en su hijo Ismael y en Nahud, su asistente; camina lento, imposible hacerlo sin ayuda y nunca pierde la dignidad basada en la lucidez y la sinceridad, quizás ingenua, que plasmó en su cine. Al hablar, deja que fluyan los personajes que inventó y permite salir al indio Tizoc para decir que los homenajes le hacen sentir “rete bonito aquí dentrito” al tiempo que pone su mano ajada en el centro del pecho.
Su casa, su estudio repleto de premios, diplomas, reconocimientos: el Ariel de Oro por su trayectoria, el Oso de Plata para Pedro Infante en el Festival de Berlín por Tizoc (1956), sus medallas Salvador Toscano, la recibida con sus hermanos en 1983, como pioneros del sonido en el cine mexicano y la recién recibida. El hombre, encorvado, lento, apoyado por Nahud y por un bastón de madera de color caoba, se sienta en un sillón de piel y se prepara a recordar su verdad, como lo ha hecho una y otra vez en éste, el tiempo de los homenajes postreros.
De pants y pantuflas el hombre mira al entrevistador y lo incita: “usted dirá”.Ismael Rodríguez es el muchacho alegre del cine nacional, el chamaco de trece años que “extrea” en las locaciones de Santa (Antonio Moreno, 1931), cinta sonorizada por sus hermanos mayores, Joselito y Roberto; el mismo que 72 años después mira cándido a la mesa que lo homenajea y pregunta “¿qué falta?”, como niño ansioso ante la posibilidad de seguir siendo reconocido y consentido, como Pedro Infante –por supuesto- en Los tres García (1946) y secuela, al jugar con el supuesto autoritarismo de la abuela, Sara García, quien, finalmente, termina apapachándolo.

martes, 26 de febrero de 2008

La Crónica periodística




Es un género periodístico que cuenta los días y los años que van pasando. Unas veces de manera cronológica. Otras, de acuerdo a su importancia cuando el hecho, los personajes y escenarios se hilvanan para crear un texto narrativo, en que la rigurosidad informativa sea el eje central.

Una crónica es la historia de lo que ha sucedido o está pasando, que como en cada genero, existen miles de conceptos. Por ejemplo en el periodismo europeo, la crónica se considera un género de opinión, un relato de los hechos desde una perspectiva personal y opinativa.

En México el escritor Carlos Monsiváis define a la crónica “como la reconstrucción literaria de sucesos o figuras donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas”.

Una crónica “debe ser escrita de manera literaria de tal suerte que el lector pueda recrearse con su lectura. Claridad, sencillez, precisión y concisión serán claves en la redacción de la crónica”. De los géneros periodísticos, la crónica esta hecha por naturaleza para el disfrute de la literatura, de la palabra, del lenguaje y de los hechos.

Únicamente cuando el reportero ama la vida, la crónica es un compendio de fuerza, energía y poderío narrativo y una guía social, política y ética.

Recordando que en una crónica periodística, el autor va entremezclando los hechos y su opinión.

El arte de contar.

Narrar es contar un suceso, hecho, algo que ocurrió y consideramos importante. Todos somos narradores, porque contamos a los demás algo de interés para ellos o para nosotros mismos. Siempre procuramos mantener la curiosidad del interlocutor, deseando crear simpatía o antipatía alrededor del hecho narrado, alimentando uno ola de sentimientos y pensamientos solidarios o adversos.

Cuando los abuelos narran cosas a sus nietos, cuando vamos al cine y luego contamos al detalle y con habilidad las partes del filme. Cuando oímos una información o un hecho que presenciamos y de inmediato nos tienta contarlo a terceras personas. El triunfo deportivo del equipo favorito se convierte en una magistral narración entre amigos, la boda familiar que se desmenuza un día después en una exquisita y sabrosa crónica. Todos en algún momento nos convertimos en narradores. “La literatura aun esta viva porque todos somos creadores”, dice Ryszard Kapuszinsky.

Así sometemos a la narración a una técnica periodística, donde el eje de la conversación gira sobre el personaje, el hecho, el lugar, la acción, el tiempo y los móviles. La estructura informativa de quién, qué, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué. Probablemente se cuente el final ocho líneas antes de que culmine la historia, como suele ocurrir en una historia literaria o novela, y no al principio como sucede en una historia periodística.

El cronista esta obligado, con su enorme capacidad para observar y escribir, no tan solo a interesar al lector en los hechos y en la vida, sino a fomentar en el lector el gusto y el amor por las palabras.

Si escribir es un placer, quien escribe una crónica, debe transmitir ese gusto al lector, para que de igual modo disfrute y goce con la palabra.

jueves, 7 de febrero de 2008

Vocación del periodista

De vocación periodista

Por Nancy Salas Andrade (*)

Yo aun recuerdo cuando en la universidad me preguntaron por qué quería estudiar periodismo y muy ufana escribí que porque era el arte de escribir. Concebía el periodismo sólo como la posibilidad de poner por escrito mi curiosidad por la vida. Allí, en las aulas, recién entendí lo que era ser periodista, una vocación que empalmaba muy bien con mi temperamento y afanes, porque, señores, al periodista le mueve una pulsión batalladora, de lucha, de escrutinio, de cuestionamiento de por qué las cosas son así y no de otra manera.

El periodismo es una actividad vital, que necesita de energía y valentía, porque es búsqueda de lo que está desordenado, oscuro, oculto. Organizamos la realidad para que otros la entiendan, sacamos a la luz lo que otros quieren que quede velado, celebramos también la vida y sus logros, aunque de esto se ocupen ya muy pocos. Esta tarea no es fácil, sobre todo en nuestros pueblos donde la miseria humana ha ganado tanto espacio en todas las instancias.

El periodista tiene un compromiso con la sociedad, cuando se olvida de ella y se ata a otros intereses se corrompe. Asumir este reto no es fácil para un periodista al que le cercan otros imperativos, no sólo de su propia actividad (la estresante rapidez de la publicación, la escasez de tiempo y recursos para investigar, entre otros) sino anexos a ella, como ganarle a la competencia o tener el mejor rating o ventas, ventajas que al periodista le darán crédito o prestigio como buen profesional que sabe su oficio. A ello se suma para el desánimo: los sueldos a ras de suelo y las inacabables jornadas de trabajo.

A pesar de todo lo dicho, en nuestro país y en estos momentos, el periodismo es una de las actividades profesionales menos apreciadas por cualesquiera, a pesar que siguen egresando miles de periodistas de las aulas universitarias. La razón es muy simple, el periodismo no es todo lo bueno que debería ser. En gran medida ha perdido credibilidad ante los públicos, y eso se debe a varias razones.

La primera de ellas es que hay muchos "improvisados" que están en los medios de comunicación fungiendo de periodistas: sociólogos, psicólogos, economistas, abogados, ingenieros; profesionales -y caras bonitas- que tendrán su valor pero que sólo intuyen lo que es el periodismo, razón por la cual lo que para un periodista es claro, se vuelve borroso y difuso para ellos. Pero los peores "polizontes" son aquellos que reducen la actividad periodística a una mecánica de mercadeo: la información es un producto de oferta y demanda. Que vende lo espectacular, lo morboso, lo escandaloso, pues eso se oferta. Una vez cogida esa pendiente, hasta el despeñadero: el envilecimiento del trabajo. Así de claro.

Otra razón está dentro de las propias empresas de medios, de parte de los directivos, de aquellos que dirigen no sólo el estado de cuentas de la empresa, sino que acartonan la información y la opinión de los periodistas, aquellos que tienen intereses políticos, económicos, de clase, y otros, que son los cernideros de todo lo que el periodista lleva a la sala de redacción.

Y, finalmente, está la actitud de algunos periodistas poco combativos para luchar por la verdad fáctica, que es conocimiento. Aquellos conformistas que sólo se convierten en meros vehículos de lleva y trae, sin que se mojen en un compromiso por esclarecer las situaciones, los grandes problemas, sobre las que el lector está desorientado. El buen periodista es acucioso en la investigación de las fuentes, que son las que muchas veces le dan cebo de culebra para desorientarle y manejarle a su antojo. Sólo el conocimiento de la vida y el hombre nos vuelve zahoríes, a no ser que la necedad haya nacido con nosotros. Pero el periodista, sobre todo, será honesto con respecto a su propia percepción de la realidad. Él, que la vive y la palpa.

Somos periodistas, unos desde el caldero de la profesión, otros, como la que escribe, enseñando, pero todos, creo yo, con la misma vocación porque la realidad se torne en mensajes útiles que le sirvan al ciudadano para mantenerse enterado de lo que le rodea, sobre todo de aquello que le incumbe para saber decidir en torno a su vida y a su comunidad.